Media hora antes de las Eucaristías
Fuera de este horario se puede convenir con el sacerdote.
Se puede pecar de pensamiento, palabra obra y omisión. El hombre comete un pecado grave cuando conscientemente -con conocimiento y voluntad- deliberadamente infrínge los Mandamientos de Dios o de la Iglesia en cosas grandes e importantes.
Soberbia
Avaricia
Lujuria
Ira
Gula
Envidia
Pereza
¡Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados y yo los aliviaré! (Mt 11, 28)
El Sacramento de la Santa Confesión acompaña al hombre en sus ascensos y caídas. Está relacionado con el examen de conciencia que hacemos a fin de no dormirnos, y que nos conduce cada vez más profundamente a los misterios de la vida divina. En el Sacramento de la Santa Confesión encontramos el amor y la misericordia de Dios, y no el juicio y la condena. Dios, nuestro Padre, siempre perdona a quien se arrepiente sinceramente y sana al hombre del pecado. Por eso el hombre puede perdonar a los demás, incluso a sus enemigos. El Sacramento de la Santa Confesión nos reconcilia con Dios, con la Iglesia, con los hermanos y con nosotros mismos.
Examinar la propia conciencia
Arrepentirse de los pecados
Confesar los pecados con sinceridad
Proponerse firmemente no pecar más, huir de las ocasiones de pecado y reparar el daño provocado por los propios pecados
Cumplir la penitencia impuesta
El mundo en que vivimos se aleja de la comprensión cristiana de la contrición, la conversión y el pecado, pero no puede destruir en la conciencia el pleno conocimiento del pecado. El pecado es un estado que nos aleja, nos desvía de Dios. El pecado en su esencia es una expresión de desconfianza hacia Dios, de rechazo a Dios, y lleva a la muerte espiritual. Por eso Dios nos envía a Jesús, el Salvador, quien no nos juzga sino nos libera. Los Evangelios comienzan con un llamado a la conversión, a una transformación radical, a un cambio, a fin de que Dios pueda actuar en nuestra vida. Cada confesión es un nuevo paso a la conversión.
La confesión se funda en la fe en el amor de Dios y en la confianza en la misericordia de Dios. En ella recibimos el perdón infinito del Padre. La unidad con el Padre nos introduce a la unidad con los hermanos, abre el camino hacia la curación del cuerpo y del alma.
La confesión no es una enumeración de pecados, sino es una apertura del corazón al amor. Dios nos perdona alegremente. Olvidemos la falsa imagen de un Dios rencoroso que castiga y abramos el corazón a la figura de un Dios que sufre por nuestros pecados, un Dios lleno de infinito amor y misericordia, que se alegra al perdonar. ¡No hay pecado que Dios no perdone con su misericordia! Cada vez que nos levantamos, damos un paso más hacia el Padre amado.
Apreciemos cuán maravilloso es el plan de Dios para cada uno de nosotros y nos daremos cuenta cuándo y dónde no hemos respondido al llamado de Dios y cuándo y dónde hemos caído.
Nuestra relación hacia Dios: preguntas relacionadas con nuestra fe (debilidad de la fe, dudas y negaciones), oración, ayuno... Dios nos ama... ¿lo amamos a Él?
Nuestra relación hacia el prójimo: egoísmo, indiferencia, falta de amor, de interés y atención, crueldad, celos y envidia, difamación... En tales casos, hay que sentir si en verdad hemos herido al prójimo y el amor.
Nuestra relación hacia nosotros mismos: ausencia de deseos y esfuerzos en profundizar la vida espiritual, entretenimientos superficiales, alcohol, pecados del cuerpo contrarios al ideal cristiano de pureza, respeto del cuerpo como templo del Espíritu Santo, irresponsabilidad en el cumplimiento de deberes hacia la familia y la sociedad...